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Historia de la imagen de La Rábida
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Según se relata en un antiguo romance del año 331, San Macario, por aquel entonces obispo de Jerusalén, hizo entrega al capitán Constantino Daniel de una imagen de la Virgen, labrada por San Lucas, para que la dejase en el lugar que ocupa actualmente el cenobio de La Rábida. Durante la invasión musulmana, la talla fue sumergida en el mar para que no resultase dañada. Siglos más tarde, en el año 1472, cuenta la tradición que unos marineros de Palos y Huelva echaron sus redes mientras faenaban en la Ría del Tinto y, en el primer lance, encontraron la imagen de la Virgen enredada en las mallas, hallando la del Niño en el segundo lance y un fragmento del mismo en el tercero. Al no ponerse de acuerdo ninguno de los marineros sobre la propiedad de la imagen de la Señora, la colocaron en la proa de la barca y dejaron que la corriente decidiera. Fueron vanos los intentos pues, curiosamente, la barca con la imagen siempre terminaba en La Rábida, donde quedó la imagen milagrosamente recompuesta desde que comenzó a ser custodiada por los Padres Franciscanos que moraban en el monasterio (1).

 

La Virgen con la que actualmente nos encontramos es una imagen gótica que corresponde al estilo franco-catalán extendido por Europa entre los años 1335 y 1350. Se trata de una excepcional escultura tallada en alabastro que mide 54 cm sobre una peana de 5 cm y se nos muestra de pie, vestida con túnica larga y ribeteada, dotada de amplio cuello que alcanza hasta los hombros. De la cabeza parte un velo en forma de manto que cae a la altura de las hombros en numerosos pliegues y se recoge en el lado izquierdo hasta la imagen del Niño; por detrás, forma una especie de capucha hasta el cuello para luego mostrar un plegado de paños más suave que el delantero.

Su rostro es alargado y se enmarca por el cabello peinado al agua. La nariz es fina y delicada. La entrañable sonrisa junto con la forma de ladear la cadera derecha para sostener al Divino Infante sobre su brazo izquierdo son rasgos propios del estilo escultórico en el que se enmarca, situándola también como una de las imágenes de María de cariz más maternal entre las que existen en la provincia onubense. Actualmente, porta una granada en su mano derecha. El Niño se halla ataviado con túnica ceñida a la cintura por un cíngulo, llevando la bola del mundo en la siniestra mientras bendice con diestra.

La imagen fue concebida para ser policromada y así la describe el pintor Juan de Hinestrosa, quien la restauró en 1718: “para el efecto de dorar y estofar (…) se bajó a dicha imagen de su altar y registrándola hallé ser de piedra alabastro, barnizado el rostro y manos sobre colores al temple (muy oscurecidos por la antigüedad), con barnices resinosos y con encarnación de pulimento en mate, como hoy se estila, y todo el ropaje floreado a lo gótico con ramalejos de oro, sentado con la misma base de barnices y no con las sisas que hoy se suelen usar, cuyo adorno era sobre el blanco de la piedra, sin tener más añadido de colores que las vueltas del manto” (2). Conviene señalar que, a lo largo de la historia, nunca se ha hecho referencia a varias imágenes de La Virgen, sólo a la que hoy en día se venera en el Monasterio.

La fragilidad del alabastro muestra los daños y restauraciones que ha sufrido la imagen en el devenir de la historia. Como hemos apuntado anteriormente, el moguereño Hinestrosa retocó la obra, interviniendo en las manos y en la peana de la Virgen, policromándola de nuevo e incrustándole pedrería en sus vestimentas. El 10 de febrero de 1891, la Virgen sufrió un desgraciado accidente, quedando rota en tres partes sin que existan datos de esta restauración. Nuevamente, y a causa de la iconoclastía sufrida en el año 1936, la imagen vuelve a quedar dañada, rompiéndose en varios pedazos, siendo restaurada en 1937 por el escultor José Rivera García bajo la supervisión y dirección del historiador José Hernández Díaz, y es en esta fecha cuando se le sustituye la vara de azucenas que portaba por la granada que actualmente observamos.

Es, precisamente, después de esta última intervención cuando se deja de vestir a la imagen, costumbre que se tenía desde finales del siglo XV, superponiendo ricas sayas y mantos a la Virgen y al Niño, que ostentaban coronas y se veían enmarcados por ráfaga de ocho, con la media luna a los pies de la efigie (3). Afortunadamente, nunca se mutiló a la talla para esos menesteres.

Para concluir esta descripción, no podemos pasar por alto dos acontecimientos de gran relevancia que pesan sobre el historial de la Virgen.

El primero de ellos es que nos encontramos ante la misma imagen que asistió a la partida de las tres carabelas desde el puerto de Palos y ante la que se despidieron los marinos que, comandados por Cristóbal Colón, partieron de tierras onubenses a la conquista del Nuevo Mundo.

 

El segundo fue la Real y Pontificia Coronación de la Virgen a manos del Papa Juan Pablo II y en la que actuó de madrina la infanta Cristina de Borbón, el 13 de junio de 1993.

En dicho acto, se entronizó a Santa María de la Rábida o Nuestra Señora de los Milagros (dos advocaciones reconocidas por El Vaticano y con las que se nombra indistintamente a la imagen) como Madre, Reina y Señora de Palos de la Frontera y de América y Estrella de la Evangelización, siendo la primera y única imagen en España coronada personalmente por el fallecido Pontífice.

BIBLIOGRAFÍA
(1) MORGADO, José Alonso. La imagen de Nuestra Señora de la Rábida, generalmente llamada de los Milagros, en Sevilla Mariana, Tomo I, Sevilla, 1881, págs. 138-147.
(2) FELIPE DE SANTIAGO, Fray. Libro en el que se trata de la antigüedad del Convento de Nuestra Señora de la Rávida y de las maravillas y prodigios de la Virgen de los Milagros, edición de Fray David Pérez sobre un manuscrito del autor, Huelva, 1990, pág. 210.
(3) Actualmente, la Virgen y el Niño lucen coronas de oro. La ráfaga de la Virgen se halla cincelada por Manuel Seco Velasco con los escudos en esmalte de los países de Latinoamérica.
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